SOCIEDAD
9 de noviembre de 2024
UN SUEÑO DE PELUQUERÍA
Por Alfredo García Demartos
(Este cuento, con el que he concursado hace tiempo, lo escribí conociendo plenamente todo lo que se vivencia en una peluquería de pueblo).
Al terminar la charla telefónica, Ester fijó la mirada en la foto de su esposo fallecido y solo atinó a murmurar: “fin del misterio por mis extraños sueños y los raros sonidos, tal vez imaginados. Eso querías decirme”. Sus pensamientos volaron y algunas lágrimas rodaron por su rostro, a lo que siguió una sonrisa de placer, de esperanza. ¿Empezaría cumplirse el sueño de Néstor? Y sus sentimientos se mezclaron, dada las sensaciones extrañas y misteriosas de hace días y la propuesta hecha por su nieto Ariel.
Ester Méndez, a los 62 años seguía residiendo en la casa heredada de sus padres, la que se resistía abandonar, pese a los momentos de misterio vividos. Desde el fallecimiento de su esposo Néstor Madariaga, tres años atrás, había quedado sola, aunque para ella no era así. Sentía la compañía de un sin fin de recuerdos que cobraban vida permanentemente y de manera sorprendente. Por esa y otras razones afectivas eligió quedarse, frenando la insistencia de Laura, su única hija.
Solo ocupaba una parte del inmueble, ubicado al oeste de Las Heras, en la provincia de Mendoza. Para ella bastaba el dormitorio de siempre, la cocina con amplio estar y el baño. Era el espacio por donde circulaba a diario, además de un cuarto con puerta directa a la vereda, donde se conservaba intacta la peluquería en la que don Néstor trabajó durante 30 años seguidos. En la fachada aún lucía el cartel “Rulos Peluquería-Damas y Caballeros”.
- “Para que mudarme si acá tengo todos los recuerdos”, afirmaba ella, plenamente satisfecha de lo vivido en este inmueble, incluyendo el tiempo compartido con su amado Néstor.
- “Presiento que, si me voy de esta casona, quedará sin cumplirse su anhelo de que la peluquería debe continuar. Será por esa obsesión que tantas veces me ha parecido escuchar esos sonidos que me siguen acompañando, como si la peluquería estuviera en actividad. Tijeras que sigue cortando, confusas voces, espontaneas risas y secador de pelo con su suave andar”.
Según su imaginación, rozando la realidad, para ella proseguía en funcionamiento la peluquería, como dando cumplimiento al deseo de Néstor, quien solía decir: el día que yo muera esta barbería seguirá a pleno, aunque sea de noche. Néstor repetía a menudo: Todos nos vamos mudando a la “quinta de los pinos”.
Siempre irradiaba buen humor y lo evidenciaba al ejercer su profesión al rasurar una barba con alguna de las navajas importadas de España o realizar cortes a la moda para hombres y mujeres, mayores o jóvenes. A él le gustaba que en la sala se mezclaran las edades y hasta era capaz de generar alguna disputa entre lo nuevo y lo viejo. Pero también sabía frenarla a tiempo, llevando la contienda al humor. Ni que contar de los espacios de cuentos. Desde los aptos para menores a los de extremo verde.
-"Llegó la hora exclusiva para hombres mayores" decía cuando no había damas ni menores
Más o menos así, de martes a sábado, se movía la peluquería de la “buena onda”, como la nombraba su numerosa clientela estable.
Ese era el bullicio que también distraía y animaba la jornada de Ester. Amaba a Néstor y su forma de ser, ocurrencias y humor.
Aunque la puerta que conectaba su vida, con la de la peluquería estuviera cerrada, las conversaciones y risas que llegaban a sus oídos le generaban especial entusiasmo.
Hasta que un día se apagó esa estrella que brillaba en el salón de cortes. Un viernes a la noche, a poco de concluir su labor del día.
Un piletazo de hielo para Ester, quien nunca imaginó lo que era un fulminante infarto. ¿Cómo, de un solo paso, se podía pasar de la alegría total, a un abismo tan cruel?
Tamaño vacío sólo empezó a llenarlo, sabiendo que el rincón de dichas de su esposo se mantenía intacto, Primero, con la ayuda de su hija, que la visitaba a diario, ingresando a la peluquería y limpiando todo, como si él estuviera. Rutina que muy lentamente asumió sola.
Y una de esas noches en la que parecen brillar más la luna y las estrellas, mientras observaba con atención el cielo, antes de cerrar la principal ventana, comenzó a escuchar las habituales voces y rizas de la peluquería.
“Esto puede ser una loca imaginación mía. Pero que alguien me explique porqué todos los sonidos los escucho tan nítidos”, se preguntó en voz alta.
Lejos de cualquier signo de miedo, decidió que “lo más acertado será buscar una solución a lo que parece un reclamo de mi viejito. Habrá que tentar a alguien que desee incursionar en el oficio. Y en lo posible que se utilicen las mismas herramientas”. Una alternativa, que suponía difícil, pero no imposible. Optó entonces por dejar las cosas ahí, pero sin que cayeran en el olvido.
Tres días después, muy temprano escucho el sonido de su celular, No era hora habitual de llamadas y eso la inquietó. Sin embargo, le significó extraordinaria sorpresa y gran alegría.
- “Hola abu, soy Matías, tu nieto más lindo”. Se escuchó del otro lado.
- “Siempre de buen humor como tu abuelo”, respondió ella.
Doble satisfacción: Después de mucho tiempo sin ver al petardo rubio, como solía llamarlo Néstor al único nieto varón, quien se había trasladado cuatro años atrás a España. Evocó entonces, que a los 17, ese pequeño travieso se había esmerado en aprender el oficio del abuelo.
La siguiente satisfacción fue escuchar: “Abuelita, he planeado regresar a Argentina. Por eso quería consultarte si me autorizas a reabrir la peluquería, ya que me interesa apostar a esa profesión que me enseñó el abuelo, la que estoy ejerciendo desde hace un año acá. Al quedarme sin trabajo, empecé con varios rebusques, como acondicionar jardines, pintar casas y hacer cortes de cabello. Tanto he pensado en este tiempo sobre la posibilidad de buscar otro horizonte, que al final me resultó tentador seguir esta actividad en Argentina. Incluso llevaré herramientas que adquirí en este tiempo”.
Tratando de imitar el tono de voz española, ella respondió: “Chaval, me estás dando un notición y me causa gran alegría. Con eso estarás cumpliendo el anhelo del abuelo. El precio que te pongo es que almuerces todos los días conmigo.
-Sí, acepto. También haremos una fiesta de inauguración a la que deseo que invites a todas las personas que fueron clientes del abuelo.
Al cortar la comunicación, Ester se sintió colmada de infinita satisfacción. Durante un buen rato alternó risas con llantos de alegría. Finalmente llegó el instante de reflexión. Fijando otra vez su mirada en la foto, expresó: Néstor, tu mensaje fue cierto y no en vano.